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Fernando Ull

El ojo crítico

Fernando Ull Barbat

Los tentáculos del franquismo

Una imagen de 'Quién se ríe ahora'.

Gracias a Antonio Sempere, columnista del diario INFORMACIÓN, tuve conocimiento, hace unos días, de la existencia del programa “Quién se ríe ahora” que, aunque ha sido producido por RTVE solo puede verse en su página web. El motivo de por qué no ha sido emitido hasta la fecha en alguno de los dos canales públicos lo desconozco. Tiene un formato muy sencillo. Cuatro mujeres cómicas de cierta relevancia visionan gags de cómicos de los años 70, 80 y 90 para después comentarlos. En algunos momentos del programa el silencio se puede cortar con un cuchillo, como se suele decir. Las caras de las cuatro mujeres lo dicen todo. En casa, al espectador, le pasa lo mismo.

La intención del programa es confrontar a los españoles con su pasado más inmediato, con todas las miserias de una sociedad y de una época en la que los tentáculos del franquismo, que llegaron hasta bien entrados los años 90, pueden fácilmente identificarse en las imágenes y en los diálogos de este programa. En esos años, para hacer humor, había que reírse de todos aquellos que tuvieran algún problema físico o cualquier defecto. Todo era objeto de risa y mofa por parte de los hombres que se dedicaban a hacer galas y a participar en el especial de fin de año de la cadena 1 de televisión española: los gangosos, personas que tartamudean, personas con sobrepeso, a las que le falta algún miembro o con alguna enfermedad mental. También los homosexuales eran siempre un recurso fácil: se solía imitar lo que para aquellos chistosos sin ninguna gracia era una forma de ser amanerada. Eran los mariquitas. Decirles maricones habría sido demasiado fuerte incluso para la época. Además, a Lorca le habían llamado así antes de matarle a tiros y no era plan de ponerse a la misma altura de unos asesinos Y por encima de todo el principal objeto de risa de la gran mayoría de los programas de humor era la mujer, a la que se circunscribía a chistes machistas y sexuales.

Esta forma de humor respondía, en realidad, a la forma de ser del franquismo. Después del golpe de Estado militar poyado por la Iglesia española y la oligarquía, en España se instauró una dictadura que se basó en dos aspectos principales. Por un lado, en el exterminio físico de todo aquel que hubiera tenido un papel de cierta relevancia en la República con especial énfasis en los maestros, sindicalistas y concejales o alcaldes de izquierda. En segundo lugar, en la rapiña sobre los vencidos, quitándoles sus bienes, su dinero y sus plazas en la Administración para colocar como catedráticos a médicos que no habían terminado la carrera de Medicina, como fiscales a sargentos chusqueros y como funcionarios a cabos furrieles que habían pertenecido a la División Azul. Se eliminó todo lo que recordara a los años de la democracia de la República, a su sistema educativo, a su cultura y a la libertad que pudieron disfrutar las mujeres por primera vez en la historia de España. En las escuelas los profesores tiraban de la oreja a los alumnos y en los institutos fumaban en clase para hacerse los interesantes.

Se impuso un modelo humorístico que era reflejo de la sociedad que la dictadura había impuesto, una sociedad marcada por la corrupción, el enchufe en la Administración, el servilismo y, sobre todo, la sumisión con los que estaban por encima y el deseo de humillar a los que estaban por debajo. El modelo machista, homófobo y clasista del franquismo pasó a reflejarse en el cine, la literatura y el humor. Películas como “Surcos” (1951), literatura plagada de novelas escritas por sacerdotes con seudónimo y un humor casposo y zafio eran el pan de cada día. Los humoristas que yo veía de niño en la televisión eran el reflejo del orden establecido por el franquismo gracias a una posguerra cruel donde la persecución y el maltrato a los vencidos fue la razón de ser.

En los programas especiales de fin de año de los años posteriores a la Transición se seguían haciendo los mismos chistes que durante el franquismo; había que reírse de las personas con discapacidades o con cualquier aspecto que les hiciera distintos a lo que se supone debía ser la manera correcta de ser: machista, odio a los homosexuales, un hablar zafio y hacer chistecitos sobre todo lo que tuviera que tener con la cultura. A mí aquellos programas y aquellos humoristas nunca me hicieron la más mínima gracia. Ni me gustaban ni los comprendía. En los años 80, con quince años, intuía que debía haber un modelo cultural y social donde la burla de las minorías o la humillación a la mujer no fuera algo normal. Durante la década de los 80, en el programa “Un, dos, tres...responda otra vez”, la actriz Beatriz Carvajal representó durante años a un personaje en un sketch que resumía por sí solo qué era entonces España: el de una mujer prostituta y tartamuda. Los tres elementos que obsesionaron al franquismo: la condición de mujer, la sexualidad y la burla del diferente.

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