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Libros felices para una biblioteca

Una biblioteca en imagen de archivo

A Manuel Desantes del Real y su Biblioteca de los Libros Felices.

IMPORTANTE 2021 del Diario INFORMACIÓN

En la mañana de un Jueves Santo, nuestro protagonista recibió una extraña invitación a través de su correo electrónico: “Distinguido amigo: El próximo martes, veintitrés de abril, Día Mundial del Libro, celebraremos el quinientos veintitrés cumpleaños de un ejemplar de los Peripatheticorum Principis, de Aristóteles, publicación que vio la luz en ese día y en ese mes del año 1496, de la mano del impresor veneciano Octaviani Scoti. Te esperamos. Ruego que confirmes, por este mismo medio, tu asistencia”.

Una cierta desconfianza se adueñó de él. ¿Quién estaba detrás de esa convocatoria? ¿Por qué y para qué se había dirigido a él? ¿Sería una broma? ¿Un reclamo comercial? La llamada de un compañero de tertulia lo tranquilizó: Manuel Desantes del Real organizaba un encuentro para amantes de los libros en su recién inaugurada Biblioteca de los Libros Felices. Confirmó su asistencia.

Se accedía a ella por la única puerta abierta en el bonito edificio de la pequeña calle Moratín, frente al Convento de Capuchinas, sede del Colegio Notarial. Pensó que no había mejor simbiosis para dar fe del pasado en el presente. Salió a recibirlos el propio anfitrión:

- Bienvenidos a la Biblioteca de los Libros Felices. Más de cuatro mil quinientos viejos volúmenes os dan la bienvenida, les dijo Don Manuel.

Tras entregar a cada invitado un pequeño ejemplar tomado de uno de los estantes, los invitó a sentarse en el asiento corrido de un coqueto balcón circular propio de aquel bello edificio. Con un Cicerón en la mano, encuadernado en pergamino flexible de color blanco hueso, con aspecto de piel sobada, al que el tiempo y el uso conferían un agradable tacto fresco, terso, tierno y suave, los asistentes escucharon, atónitos, una declaración inesperada:

- Habéis venido a acariciar libros. Acariciadlos, sí. Si no los tocáis, si no los acariciáis, estos libros perderán su alma. Habéis venido a rescatarlos del olvido y del tedio. Fijaos en su encuadernación. Ha resistido casi cuatrocientos años, después de sufrir tremendas vicisitudes y pasar por incontables peligros, circulando de mano en mano, y lo han soportado. Vuestras caricias no perjudican a estos viejos amigos; bien al contrario, los sanarán. Acariciadlos, apreciad su textura, pasad vuestros dedos por las tapas, abridlos, acariciad las guardas, tocad las páginas, así, sin guantes, como si acabarais de recibirlos en vuestro primer día escolar. Escuchad el rumor de las hojas al pasarlas. Y ahora, oledlos, sí, oledlos y que su aroma os transporte. Seguro que hasta notáis algún sabor especial en la boca.

Tras una breve pausa, retomó su relato:

- En realidad, habéis venido aquí para curar a estos libros y para curarme a mí. Ellos se sentían solos, tristes, condenados, inútiles. Algunos irían a parar directamente, después de ser digitalizados, a una caja de seguridad controlada, oscura, en condiciones ambientales absolutamente seguras, para siempre, como un cadáver crionizado. Estarían preservados, sí, pero muertos. Habéis venido a insuflarles vida.

Todos sonrieron, conscientes de que estaban viviendo un momento ciertamente excepcional.

- Y yo,…, creedme, yo padezco una extraña y dolorosa enfermedad que requiere cuidados intensivos con urgencia. Solo podemos curarnos ambos, mis libros y yo, haciendo que otras miradas se posen en ellos, que otros los tomen entre sus manos, que los huelan, que los escuchen, que hablen con ellos. Vosotros formáis parte de la cura: yo me siento mucho mejor y ellos, los libros, ahí los veis, vibran, se esponjan. Si me lo permitís, querría pediros una cosa más: por favor, humedeced vuestros dedos con saliva y pasad algunas páginas. Vais a impregnar una parte de vosotros, indeleblemente, en estos libros. Vais a imprimir un mensaje muy especial en ellos, un mensaje que os sobrevivirá.

Un sinfín de tesoros atestaba las estanterías, esperando ser rescatados del olvido en otra ocasión, en otras manos y era cierto: incluso a ellos se les notaba expectantes, tensos, vivos, esponjados, como dijera Don Manuel.

Fue entonces cuando, nuestro protagonista, pensó en sus propios libros. Estaba seguro de que, al regresar a casa, no habría celos ni reproches. También ellos lo recibirían, vivos y esponjados, sonrientes, abiertos, con gestos de aprobación y complacencia. Felices. Esa noche durmió con un libro entre las manos. Algo verdaderamente IMPORTANTE.

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