Opinión

No hay gala corta

Está claro que no puede haber una gala corta. Por más que sobre el papel, en la escaleta, se prevea que su duración no fuera a sobrepasar las dos horas de duración, caso de la de los Premios Talía de las Artes Escénicas, una vez metidos en harina, fue imposible conceder los 28 premios, con toda su parafernalia, sus discursos, sus números musicales (cortísimos) y su boato en menos de tres horas.

¿Pero qué importa? Era la gran noche del espectáculo. Los congregados, in situ en la catedral de la plaza de Santa Ana o virtualmente a través de la televisión, estábamos de fiesta, dispuestos a disfrutar de los nuestros y con los nuestros, en un ejercicio de complicidad maravilloso, donde hubo momentos para todos los gustos: reímos, lloramos, nos emocionamos, escuchamos frases brillantes, silencios que nos llegaron al alma, vimos primeros planos de rostros de ganadores y nominados que eran verdaderos documentos (eso es televisión pura). El ritual finalizó del mejor modo posible, con la comitiva encabezada por Cayetana Guillén Cuervo depositando rosas blancas al monumento de Federico García Lorca situado frente al Teatro Español. Esto sucedía a la una en punto de la madrugada y era un gozo verlo desde casa para quienes no pudimos estar allí y sumarnos al ágape posterior en la terraza de las estrellas.

Bravo al realizador Gustavo Jiménez Vera, preciso y certero como un reloj suizo, y al director de la gala, Juan Luis Iborra, un alfasino al que desde muy joven le apasionaban estas galas, que dirigía en su Festival de hace treinta años. Un tributo especial a Daniel Galindo y Paloma Cortina por esas dos horas de alfombra roja que derrocharon tanto amor hacia el teatro español. Una velada para recordar.