Opinión | EL TELEADICTO

Tocando el violín

Un fotograma de "Hispanoamérica, canto de vida y esperanza"

Un fotograma de "Hispanoamérica, canto de vida y esperanza" / TVE

Cómo alegra que los documentales continúen atrayendo espectadores a las salas, cuando parecía que su destino natural eran las sesiones nocturnas de La 2. "Hispanoamérica, canto de vida y esperanza", de José Luis López-Linares, ha multiplicado por cinco la taquilla de "El salto" de Benito Zambrano. Teniendo en cuenta que no nunca hay una mirada objetiva posible, y que el director siempre nos quiere vender algo. Si en obras anteriores como "Jaén, virgen y extra" o "Rioja, la tierra de los mil vinos", el objeto de promoción era evidente, en este caso parece más erudito, pero el autor tampoco esconde sus cartas. Se trata de arremeter contra la leyenda negra.

Es el director el que elige a qué profesores universitarios pone delante de su cámara, quiénes deben hablar y qué argumentos opta por defender. Hispanoamérica lo dice bien claro desde el principio en boca de los propios oriundos de allí: niegan ser latinos; son hispanos. Entre ellos no eran hermanos antes de que llegasen los españoles: se mataban y en el caso de los aztecas hasta se comían. «Fuimos hermanos desde la llegada de Hernán Cortés», reivindican. Más todavía. Apostilla un experto: «no nos invadieron, les conquistamos». Es cierto, digo yo, que a algunos nos sedujeron. A mí con el bolero me secuestraron para siempre.

Pero Hispanoamérica también parece una promo de una escuela de violín en Boxos (Bolivia), el primer instrumento que llevaron allá los Jesuitas. Cuánto me acordé viendo a profesoras y alumnos interpretando con tal ahínco del protagonista de La casa de la pradera, Charles Ingalls. Cómo deleitaba este personaje a su familia en un poblado cerca de Milwaukee tocándoles el violín.