En relación al artículo publicado en el periódico de su digna dirección por José María Asencio, titulado “Garzón y sus obsesiones”, nos gustaría dar a conocer nuestra opinión. Aunque podríamos, porque tenemos argumentos, no vamos a entrar en el debate a todas luces desproporcionado que se ha producido, por intereses espurios, en torno a unas manifestaciones del ministro de Comercio, creemos que en todo artículo de opinión se puede y se debe criticar lo que cada uno considere criticable, pero siempre manteniendo ciertas formas. Calificar a una persona, aunque sea ministro, en apenas algo más de dos folios, de megalómano incontrolado, fanático, intelectualmente indolente, “sujeto”, tonto con poder, zoquete, de mente mal amueblada, ávido de fama sin importarle el precio, sin oficio conocido, que se aferra al chollo de ser ministro, obseso enfermizo, de magín disperso, cateto, bobo que disfruta de la memez, mercader de la necedad, despilfarrador o malversador de su cargo, lector de libros que tal vez no ha entendido, activista insulso, insolvente, etc, pensamos que, además de no dejar apenas lugar para los argumentos, supone el uso de un lenguaje ofensivo, que confunde la libertad de expresión con la libertad de insulto, y sobre todo, es impropio no ya de un catedrático de la Universidad sino de cualquier ciudadano respetuoso con los demás, y desde luego no contribuye a pacificar ese panorama polarizado de la política española, que tanto se critica, con razón. Los exabruptos no generan conocimiento, sabiduría, mejora en la convivencia y en la vida particular. Son alimento de movimientos, partidos, tendencias de extrema derecha. Mal vamos, por otro lado, si la agresividad que se suele utilizar en algunas redes sociales se traslada a la prensa escrita. Ojalá los años, las leguas, los conocimientos jurídicos, filosóficos, literarios, musicales que ya hemos atesorado, nos ayuden a reponer cordura, reflexión y modales que permitan mantener la esperanza.