La semana pasada, miércoles día 19, en “Cartas al director”, varias personas, militantes de IU, me formularon una crítica al entender irrespetuoso el artículo que escribí el martes 11 titulado “Garzón y sus obsesiones”.

Tienen razón en su pública y educativa reprimenda. No es mi estilo utilizar palabras y calificativos despectivos frente a nadie no solo por mi condición universitaria, sino por convicción y respeto al prójimo. Y tienen razón porque no es bueno contribuir al clima de confrontación en el que vivimos, a lo que tampoco contribuye, como se hace en su carta, imputar a quienes discrepan del ministro, moverse por intereses espurios no identificados.

Sucede, sin embargo y lo digo como acto de disculpa, que no de defensa, derecho este mal considerado en esta España que cada vez se parece más a una sala de juicios, que no fue mi intención la de menospreciar al ministro. Quise ironizar y en este marco formulé unas apreciaciones sobre sus apariciones y discursos que deben ser tomadas en relación exacta con lo que creo que el propio ministro cultiva con vehemencia en su cargo, que tampoco tomo y valoro con la seriedad exigible al que ocupa. Siento haberme excedido o no haber llegado a transmitir el tono irónico pretendido o, simplemente, no haberme percatado de la extrema sensibilidad social cultivada en un país ahíto de palabras gruesas, siempre bien recibidas, sin trasfondo de humor alguno y de la facilidad de ofender u ofenderse de tantos. El miedo a la risa choca con la normalidad en que hemos instalado la acusación pública de delitos infringiendo en este caso derechos fundamentales básicos, no normas de cortesía. Y algún firmante debería meditar al respecto por su reincidencia en esta actitud.

Aprecio en este reprimenda algo más que reproche hacia mi persona y en algunos, que no en todos, mucho de afecto personal, de confianza o de pérdida de la misma. En este sentido exacto tomo los reparos al artículo, aunque lamento que, dada la relación afectiva con algunos, no se hayan dirigido a mí personalmente antes, como corresponde a la cercanía y obliga la amistad y lo hayan hecho públicamente sin previo aviso y posibilidad de rectificación. De haberlo hecho, les hubiera expuesto mis intenciones, no ofensivas y yo mismo lo hubiera aclarado públicamente. Pero han optado por salir a la palestra sin comunicación anterior expresa. Una lástima. Muchos tienen mi teléfono y con algunos hablo a menudo y ellos hacen chanzas sobre Garzón y sus dicterios, a la par que se solazan con sus ocurrencias y mensajes educativos a tanto menor de edad como considera hay en este país. Todo tiene su explicación, seguro. Muchas según cada uno de los firmantes. Pero, en todos ellos cabe apreciar antiguas pulsiones, nunca superadas, de imitación de lo que se dice o quiere rechazar, pero que gusta y forma parte del inconsciente particular y social. Poner a alguien de rodillas, cara a la pared es tan viejo como ponerlo a caldo ante la opinión pública. Es el instinto o lo aprendido que se resiste a morir, aunque a veces no sea coherente con lo que hacemos o lo disfracemos con palabras y objetivos emotivos y cargados de ideología. El castigo es el mismo, aunque con formas más aparentes y mucho más efectivo si se piensa en la sanción como fin. Espero haber cumplido la penitencia impuesta y prometo no volver a zaherir a ministro alguno de IU, aunque Garzón siga bendiciéndonos con sus ocurrencias e ingenio. No volveré a hacer mofa de sus siempre atinados consejos. Y, si puedo, los cumpliré. Prometido.