Extrovertida, sociable, alegre, sencilla. Francisca Cadenas, una mujer de 59 años, una mujer de costumbres, de su casa. Una mujer de vida tranquila. Entregada a su familia, por la que vivía. Un fatídico martes salió de su casa, solo un momento, a acompañar a unos amigos hasta el coche a escasos cincuenta metros. Un callejón, pequeño e iluminado, que ofrecía pocos peligros en un pueblo tan tranquilo como Hornachos (Badajoz, 3.600 habitantes), se convirtió en el escenario en el que todos la buscan. "Ahora te hago la cena", dijo a su hijo José Antonio antes de salir. Dejó la puerta abierta. Han pasado más de cuatro años, desde entonces la esperan. 

Martes, 9 de mayo de 2017. Francis, como la llaman en casa, ha pasado la tarde con Adelaida y Antonio, amigos de confianza. También con la niña, hija de ellos, a la que Francisca cuida y adora. En la cocina, que ejerce casi de salita de estar en muchas casas extremeñas, se pasan largas horas. Allí es donde los amigos dicen que ya se marchan. Por la puerta entran Diego, marido de Francisca, y uno de sus tres hijos, el mayor, también Diego. José Antonio, el pequeño, minutos después también llega. Javier, el mediano, se ha independizado, hoy no se le espera. Saludo rápido entre todos, los amigos se van, "no te hagas nada, que ahora te hago la cena".

Fotos y carteles que difunden la desaparición de Francisca Cadenas

Más de cuatro años después, "tengo tanto dolor que empiezo a tener lagunas", cuenta José Antonio, el pequeño de Francisca Cadenas. "Llegué, saludé a mi madre, que estaba con esta pareja y la niña pequeña, le di un beso y me dijo que no me hiciese la cena que iba a acompañarles y volvía".  Francisca llegó hasta el coche, aparcado a escasos cincuenta metros de su casa. Se despidió de ellos, antes de marchar, prometió sopa para el día siguiente a la pequeña. Retomó el camino a casa, pero nunca llegó a ella.

Mi madre no era una mujer de irse a tomar una copa a las once de la noche, y mucho menos sin avisarnos”.

En el reloj marcaban las once de la noche, su madre salió a las once menos diez. Diez minutos más tarde, a José Antonio le dio una corazonada: "A mamá le ha pasado algo". Salieron a buscarla. Antes llamó a los amigos que habían estado con ella: "me dijeron que la dejaron entrando en el callejón. Otras veces sí que iba con ellos hasta su casa y después iba yo a recogerla, pero esta vez me dijeron que no. Eso me alarmó. Llamé a los vecinos por si podía estar hablando en casa de alguno, pero tampoco estaba. Llamé a sus amigas. Mi madre no era una mujer de irse a tomar una copa a las once de la noche, y mucho menos sin avisarnos". En quince minutos montaron un dispositivo improvisado, se lanzaron a las calles. A las once y cuarto empezaron a batir el pueblo: cunetas, carretera y accesos. Una búsqueda sin resultado. Han pasado más de cuatro años. No hay rastro de Francisca Cadenas.

Un callejón iluminado, un camino de 50 metros

El recorrido que traza la distancia entre la casa de Francisca y el coche de sus amigos no supera los cincuenta metros. Dibujada en papel, su ruta tiene forma de "7". Al subir la calle (unos 20 metros), Francisca atraviesa un callejón que le sale a la izquierda. Es la misma ruta que tiene que hacer a la inversa. El callejón, una calleja, no es largo, y está iluminado con tubos fluorescentes. Pese a la luz, se ha convertido en un agujero negro del que a Francisca nadie sabe sacar.

El callejón dónde desapareció Francisca el pasado 9 de mayo de 2017

Las tres últimas personas que la vieron no están

Adelaida, la amiga, aseguró en sede policial que vio como Francisca se iba a casa. Su marido, guardia civil de profesión, afirmó en el cuartel haberla visto cruzar el callejón. Carlos Guzmán, apodado 'el Negro', un temporero dominicano, reconoció haberse cruzado con ella justo antes de desaparecer: "yo iba a coger mi coche cuando la vi. Ella caminaba por la otra acera hacia su casa. No sabía ni cómo se llamaba, pero somos vecinos, así que la saludé con un hasta luego. Ella me dijo lo mismo y luego se metió en el callejón”, explicó en declaraciones a la revista Interviú días después del suceso. Investigado de inicio, descartada su implicación poco más tarde, puso tierra de por medio. El mismo camino tomó el matrimonio, amigo de Francisca, "desaparece mi madre y desaparecen ellos de nuestra vida. Nunca más se interesaron por nosotros". Las últimas personas que vieron a la mujer ya no están.

No hay respuestas        

Desde el primer momento la familia descartó que se tratase de una desaparición voluntaria. Inquietante para ellos, denominada de alto riesgo por entonces a nivel policial, la investigación se tornó secreta durante los dos primeros años. Se ha levantado y cerrado varias veces el secreto de las actuaciones. En cualquier caso, de las diligencias policiales poco o nada sabe la familia Meneses Cadenas. "Confiamos en que siguen trabajando, pero no sabemos nada. La comunicación con el cuerpo investigador es escasa", lamentan. "Entendemos que se deben proteger las investigaciones, ser lo más herméticas posible, pero es muy difícil continuar y retomar tu vida si al suceso le añades la escasa empatía. Se incrementa el dolor". José Antonio, con la mirada vacía, habla en nombre de todos: "el caso de mi madre lleva cuatro años y medio investigándose y seguimos como el primer día. No quiero pensar que estaré toda mi vida así. No quiero vivir siempre pensando qué pudo haber pasado esa noche".

A lo largo de estos años se han realizado diferentes batidas e inmersiones en pozos de la zona. Ha participado el Seprona y el GEAS (Grupo Especial de Actividades Subacuática) de la Guardia Civil, Protección Civil, Cruz Roja, unidades caninas, buzos y bomberos voluntarios. No hay indicios. No hay pistas. No hay respuestas.  

A Diego, su marido, y a sus tres hijos – Diego, Javier y José Antonio – se les paró el reloj, el calendario, aquel 9 de mayo. Sobreviven, no viven. Congeladas las emociones, cuando sonríen lo hacen por ella. Falta el motor. Falta Francisca. El tiempo avanza y, a ellos, el tiempo poco (o nada) les cura.