Vamos a hacer porros con sus muertos. Vamos a hacer porros con sus muertos, gritaba una mujer ante las cámaras de todas las cadenas que en el mundo son y que la semana pasada se desplazaron a Aranjuez para no perder detalle del suceso que conmocionó a la bella ciudad madrileña y al resto de España por el efecto llamada, que se multiplicaba a velocidad de misil.

Tuve que centrar mucho mi atención porque lo de hacer porros con los muertos de alguien es la primera vez que lo escucho, y vaya si es un acierto, una de esas metáforas que te dejan KO -¿es una metáfora esto que digo?-.

Las imágenes que se han emitido en directo desde la puerta de los juzgados o el cementerio de Aranjuez, con un despliegue unánime por parte de todas las cadenas, despliegue que aún sigue en las públicas y en las privadas, han sido de una potencia icónica de primer nivel.

Estamos hablando del doble crimen perpetrado, según todos los indicios, por un hombre que quiso matar a su ex mujer al saber que, separada de él, rehízo su vida con otro. Pero fueron sus ex cuñadas las que recibieron disparos, mortales de necesidad.

La imagen de un joven de 23 años, marido de una de las mujeres muertas, gritando con un desgarro que pone los pelos de punta, con la boca abierta, desencajado, fuera de sí, es de las más potentes que recuerdo en mucho tiempo.

Amenazas, dolor, drogas, venganza, pistolas, familias rotas, matrimonios aún adolescentes cargados ya de chiquillos, despliegue de la policía al más alto nivel, y la sensación como espectador de que la historia no termina aquí, de que las teles, encantadas de dar la última noticia, seguirán revoloteando por el barrio del crimen, y de que Aranjuez seguirá ligado al mismo. Vaya lotería.