No vi el programa en directo. No vi la noche del martes 'El Hormiguero'. Me enteré ayer, al día siguiente de la gesta, de esa leyenda real que dice que el espectáculo ha de seguir pase lo que pase. Lo hemos escuchado mil veces a una actriz, a un actor, a un cantante. Da igual lo que pase en tu vida, da igual lo que le pase a quien quieres. Por la noche, por la tarde, el telón sube, y tú has de ir a trabajar y poner en práctica la ley que dice que "aquí se viene llorado", o "follado", como decía deslenguado y por otras cosas el hoy desaparecido de la pantalla José Manuel Parada. La gente que siguió en directo el programa de Pablo Motos no se enteró hasta el final. Todo empezó como siempre, con el baile a modo de saludo del presentador y su equipo hasta el beso final en la frente del calvo. Luego Pablo salió a la pista y dijo "ha venido a divertirse al hormiguero mi amor platónico, Laura Pausini", que fue la invitada del día.

La noche del martes fue un programa más. La cantante italiana conoce el espíritu del formato, su ritmo, las claves, y dio el juego esperado -más de dos millones y medio de espectadores, el tercer programa más visto del día-. La magia, el concurso, la ciencia, en fin, el despliegue acostumbrado en este show nocturno para consumir sin sobresaltos. Hasta que, apenas en los últimos segundos, Pablo Motos soltó, "voy a ver si soy capaz de decirlo, hoy le quiero dedicar el programa a mi mamá, que ha fallecido esta mañana". Si viendo en directo esa despedida la audiencia se quedó helada, verlo en diferido, y sabiendo que su madre, Amelia Burgos, se había ido apenas unas horas antes, te deja sin resuello porque nada en el hijo lo advirtió. En la despedida sí lloró, y yo también.