Cuando todo se ha dicho del maestro Chicho Ibáñez Serrador, del que hoy comienza la leyenda, quiero reparar en un detalle en el que quizás todavía no se ha detenido casi nadie.

Me refiero a esa maravillosa música incidental que sonaba como telón de fondo en cada uno de sus programas, y que en cierto modo se convirtieron en el ADN de muchos de sus programas de entretenimiento. Qué hubiera sido del 'Un, dos, tres' sin la brillante melodía de Adolfo Waitzman, que entre el jazz y la bossa acompañaba casi imperceptiblemente los momentos memorables del espacio.

Tanto es así, que quienes tuvimos la oportunidad de asistir a sus maratonianas grabaciones, comprobamos cómo quedaban huérfanas, extrañas, por esta carencia. En unos programas tan editados como la madre de todos los concursos, la banda sonora era el 'pegamento' que unía la argamasa y que presidía cada instante de la función. Cada momento tenía la suya: la del segundero del reloj (célebre todavía hoy), o la que acompañaba a cada uno de los humoristas. Porque cada cual tenía la suya: Ozores, Fedra Lorente, Ángel Garó o Bigote Arrocet.

Y en el subconsciente del espectador, cada melodía iba ligada al personaje. Por no hablar la versión de la banda sonora original de 'El golpe' que acompañó durante cuatro décadas los juegos de la subasta. Pero también fueron relevantes las músicas de 'Waku Waku', 'El semáforo' o 'Hablemos de sexo'. Una para cada sección. Uniformizando cada entrega.

Ayudando a que apenas se notase la edición. En la hora de la despedida, es inapelable rememorar estas bandas sonoras de las que se sirvió el mago de la televisión para mostrar sus dotes de ilusionista. Hasta las entradillas de 'Historias para no dormir' tuvieron su música de librería. Gracias por habernos ilusionado tanto.