Mucho se ha criticado el Mundial de Atletismo de Doha por las temperaturas extremas y el escaso público en las gradas (jeques, miembros de las expediciones que competían y poco más). Pero si alguien no puede tener queja de los diez días de competiciones estos son Amat Carceller y Gerardo Cebrián, los dos comentaristas que han narrado los acontecimientos desde los estudios de Sant Cugat del Vallés.

Cuánta felicidad en sus rostros (que hemos visto durante largos minutos mediante la pantalla partida), pero sobre todo cuánta dicha en su tono de voz, esa que no engaña. Éranse dos hombres a dos micrófonos pegados. Compartiendo tertulia 7 u 8 horas diarias con distintos invitados y amigos. Siempre he sostenido que hay determinados profesionales de determinadas profesiones que en lugar de cobrar deberían pagar por lo que hacen. Porque su trabajo es pura terapia. Mientras comentan, apostillan, matizan, se entusiasman, divagan, aportan datos y opiniones, sin saberlo, están viviendo lo más parecido a eso que llamamos felicidad. Abstraídos de todo lo demás. Quienes nos dedicamos a la palabra lo sabemos bien. ¿Cuántas veces habré entrado a un estudio de radio con una cefalea considerable, y mientras fluía el discurso y me dejaba llevar por el programa olvidé, porque aparqué, el dolor? ¿Cuantísimas veces tras impartir una sesión de clase de un par de horas, concentrado, viviendo el acto de comunicar en plenitud, la maldita migraña que me acompañaba al entrar había bajado de intensidad a la salida?

Pepa Fernández, que ahora vive la radio en directo cinco días a la semana, reconoce ante sus escuchantes que no le importaría seguir también los sábados y domingos. Y dice mucha verdad. No hay nada mejor que desempeñar una actividad profesional capaz de reportarte el goce supremo. Como les ocurre a Amat y Gerardo.