Yo de hombres no te puedo ayudar mucho, le dice el padre de Pol Rubio, el personaje central de Merlí, sapere aude, que interpreta con dulce aplomo Carlos Cuevas, en una emotiva conversación en la ventana después de que el hijo acepte hablar de "esas cosas" con el papa, así, sin tilde. No seguí la primera Merlí, una producción de TV3 que causó furor en la audiencia. Merlí es un profesor de instituto de filosofía, que muere cerrando la historia. Ahora, como Merlí, sapere aude, ya sin el profesor, saltó a Movistar, Pol Rubio va a la universidad, y se engancha como un drogadicto a las clases de filosofía que da la catedrática María Bolaño, excéntrica, alcohólica, luminosa, patética y maestra, un personaje que la suerte ha regalado a una magistral María Pujalte. Merlí, sapere aude, algo así como atrévete a saber, se estrenó en la plataforma el jueves 5. En un par de sentadas me bebí los 8 capítulos.

Desde la cabecera, con música de Händel como sintonía, te quedas pillado, música que convive con Mozart en un alarde estético y emocional para potenciar con su Réquiem la escena de una felación o una bellísima aria de La boheme de Puccini en otra escena en Vespa de dos chicos que tanto recuerda a los clásicos, de Fellini a Almodóvar.

El creador de esta maravilla es Héctor Lozano, un tipo que se atreve a montar una historia con materiales de difícil ensamblaje. La defensa de la enseñanza pública, la diatriba, la identidad sexual, las clases sociales, el miedo, el deseo, la derrota, la pérdida, el amor y el fracaso, un friso contado con el arma de una puesta en escena soberbia, una dirección matemática, bella, y unos actores en estado de gracia. Volveré a verla de nuevo.