La supresión de cuajo de los créditos finales de La gran belleza, de Paolo Sorrentino, sublevó a muchos. Fue la gota que colmó el vaso en una de las cuestiones no resueltas a propósito de la exhibición de cine en los canales televisivos en abierto.

Pongámonos en situación. Sucedió el sábado 7 de abril en La 2, en la única ventana donde emite cine europeo. Cine, por lo general, de alta calidad. Cine para cinéfilos. Pues bien, alertados ante lo que podía ocurrir tras el pase de La gran bellezanos pusimos alerta y, efectivamente, quien tuviese mando en plaza para proceder, procedió, vaya si procedió. Los siete minutos finales en los que Sorrentino nos regala una de las secuencias más bellas de cuantas nos ha dado el cine reciente, se volatilizaron del pase del canal cultural de la televisión pública para dar paso, sin perder un segundo, a La noche temática, dedicada a Martin Luther King.

La consigna parece clara. La supresión de los créditos es una práctica corriente. Una estrategia comercial. No hay secreto que valga. Se trata ni más ni menos de que no migre ni un solo espectador por este motivo. Cuestión de audiencias. De décimas de audiencia. Importantes en cualquier canal comercial en abierto. También en La 2. Pero hete aquí que los créditos de La gran belleza son mucho más que eso. Con su música y sus imágenes ilustran, completan y amplían los 130 minutos anteriores formando un todo indisoluble.

El cine del siglo XXI es así. Ya no entiende los créditos como se concebían antes. ¿Podríamos imaginar Call me by your name, de Luca Guadagnino o Un sol interior de Claire Denis sin sus créditos finales? Claro, que así las cosas lo del lema Somos Cine da un poco de risa.