Lo peor que le puede pasar a un presentador es que el espectador, este espectador, lo vea como un presentador impresentable. Si afino el tiro me salen varios. Si afino aún más y me quedo en TVE me siguen saliendo varios, y de mucho peso si lo impresentable fuese un valor medido en kilos. Pienso en Javier Cárdenas, al que le han subido el sueldo en el nuevo contrato que ha firmado con la tele pública.

Por cierto, es una desfachatez lo que está haciendo la dirección de la casa, quizá con las horas contadas después de que el PP, al fin, haya desbloqueado la renovación del Consejo de Administración, ya que está comprometiendo a la futura directiva, pero el jefe, José Antonio Sánchez, se pasa estas tonterías por los bajos de su vientre.

Javier Cárdenas es un presentador impresentable, digo. Me da tiricia. O sea, hablo de cosas que se escapan a la razón. Son manías. Otro, también de la misma cuerda - vocales Sergio Martín -, con evidentes problemas no sólo de dicción sino de contención. Presenta Los desayunos con agónico partidismo, con ansiosa y patética inclinación hacia el PP, y un mal disimulado rechazo, quizá odio, al PSOE, y sobre todo a Podemos. En la toma de posesión del Consejo de Gobierno de Pedro Sánchez fue tomando cuerpo, sobre la marcha, la fórmula ya famosa del consejo de ministros y ministras.

Pues bien, al presentador impresentable, con dicción a la mitad porque el resto se lo traga como un Cárdenas cualquiera, esa fórmula empezó a ponerlo nervioso, a no gustarle. Y se le escuchó "¿pero cuántos más gestos hacen faltan?" cuando Lucía Méndez comentó que también el de Interior, Grande-Marlaska, lo había hecho bien usando esa fórmula de promesa. Al impresentable no le gustan los gestos.